CRISIS SUCESORIA DE ALFONSO VI.
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El reinado de Alfonso VI estuvo marcado, entre otras cosas, por la reforma de Cluny. Su padre Fernando I, ferviente cristiano, ya colaboraba con la abadía borgoñona con mil dinares anuales. Alfonso, por devoción o por interés, no solo continuó con la aportación (1) sino que, además, se casó con Constanza de Borgoña, sobrina del abad de Cluny, con la que tuvo a la Infanta Urraca, que casaría, a su vez, con otro borgoñón: Raimundo de Borgoña (2).
Sepulcro de Raimundo de Borgoña
en la sala de reiquias de la catedral de
Santiago de Compostela.
Además de la citada Urraca, única hija legítima hasta entonces, Alfonso VI tenía otras dos hijas habidas en una dama leonesa llamada Jimena Muñoz: Teresa, que casó con otro borgoñón (Enrique de Borgoña) y recibieron el título de condes de Portugal; y Elvira, que casó con Raimundo de Saint Gilles de quienes descienden los condes de Tolosa.
Estos matrimonios pudieron concertarse entre los años 1087-1088 pero no fue hasta 1093 cuando aparece Raimundo de Borgoña en los diplomas junto al rey y a su mujer, Urraca (3). Ese mismo año aparece gobernando Galicia, lo que da a entender la posición privilegiada como sucesor en el trono de León y Castilla (4).
Lo único que podría privar del trono a Raimundo de Borgoña sería la existencia de un heredero varón, posibilidad que se hacía cada vez más complicada por la avanzada edad de Alfonso VI.
El mismo año de 1093 falleció la reina Constanza. El rey volvió a casarse en 1095 pero su tercera esposa, Berta, tampoco le dio descendencia. En el año 1100 contrajo nuevamente matrimonio el monarca, esta vez con Isabel, con quien tuvo, de nuevo, descendencia femenina: las infantas Sancha y Elvira (5).
Perdidas ya las esperanzas de descendencia legítima masculina Alfonso VI comenzó a situar a su lado al Infante Sancho, que aparece en los documentos en el año 1103 como proles Alfonsi Regis y como regis filius (6). Esta tendencia, que a todas luces parecía indicar una legitimación del infante por parte del rey, no debió sentar bien en la nobleza castellano-leonesa pues el todavía niño (se calcula que pudo nacer hacia 1093-1095) procedía de una relación extraconyugal del monarca con una princesa musulmana llamada Zaida (7).
El propio Pedro Ansúrez, que había sido mano derecha del rey desde su destierro en Toledo, se ausentó de la corte durante los años siguientes (8).
Raimundo de Borgoña y la Infanta Urraca, que albergaban todavía las esperanzas del trono, encontraron aun más motivos para ello cuando nació su hijo, Alfonso Raimúndez, cuya custodia encargaron a Pedro Fróilaz de Traba.
Sepulcro de Pedro Froilaz de Traba
en la sala de reiquias de la catedral de
Santiago de Compostela.
Sin embargo, la repentina muerte de Raimundo de Borgoña en el año 1107 inclinaba la balanza hacia el Infante Sancho.
Este último, aun niño, fue enviado a la batalla de Uclés bajo la protección de García Ordóñez (véase Castro). En dicha batalla del año 1108 perdieron la vida protector y protegido acabando así con las esperanzas de Alfonso VI de transmitir el trono por línea de varón.
Nada impedía, entonces, que Urraca fuera reina pero el derecho consuetudinario navarro, introducido en los reinos occidentales por su abuelo Fernando I, entendía que, en defecto de varón de la estirpe real, las mujeres podían suceder en el reino, pero el ejercicio del poder real correspondería a su consorte (9).
A la muerte de Alfonso VI, acaecida en el año 1109, Urraca había contraído matrimonio con Alfonso I de Aragón. La nobleza castellano-leonesa, principalmente la gallega, no iba a entregar el reino a un aragonés. Lo veremos en el próximo apartado.
28 de septiembre de 2017